El conflicto del taxi, si es que se puede definir así, representa algo mucho más profundo de lo que puede parecer a simple vista. No se trata sólo de un conflicto entre los intereses de determinados colectivos, es el inicio de algo mucho mayor. Asistimos a lo que algunos economistas han bautizado como la cuarta revolución industrial basada en -sin entrar en detalles de nomenclatura- las nuevas tecnologías. Por eso es importante entender (especialmente nuestros gobernantes y decisores públicos) las dinámicas de cambio. Siempre ha habido revoluciones, evoluciones e innovaciones. En eso ha consistido el desarrollo mismo de la humanidad.
Alguien nuevo mejora lo ya existente. Una de las personas que mejor han explicado este proceso desde la teoría económica es el austríaco Joseph Schumpeter a través del concepto de destrucción creativa. A grandes rasgos, el proceso de destrucción creativa supone que, en caso de que los consumidores consideren que un nuevo modelo atiende mejor sus necesidades, atraerán los recursos que antes se destinaban a los modelos existentes. Esta captación o trasvase de recursos es el incentivo para que las empresas innoven y la sociedad se desarrolle. A raíz de los acontecimientos han circulado por las redes ejemplos más recientes de destrucción creativa (los videoclubs vs. contenidos bajo demanda, los nuevos modelos de compra online vs. compra física, las cartas vs. correos electrónicos).