La victoria de Macron en la primera vuelta de las presidenciales francesas ha permitido respirar a la Unión Europea (UE), aunque no ciertamente a pleno pulmón.
Es verdad que el riesgo de un empate técnico entre un Macron estancado y una Le Pen en crecimiento no se ha materializado. De hecho, los resultados se parecen bastante a las encuestas previas y dejan al actual presidente más cerca de conseguir la reelección en la segunda vuelta (24 de abril), una vez que la totalidad de candidatos, excepto Zemmour, han llamado a impedir el triunfo de la candidata de RN.
Decimos más cerca, pero no con una seguridad absoluta, pues habrá que comprobar hasta qué punto los votantes de los candidatos derrotados siguen la consigna de impedir el triunfo de Le Pen. En ese sentido, el comportamiento de los electores de Mélenchon será determinante, aunque parece lógico esperar que pasen el trago de apoyar a Macron el 24 de abril para luego ajustar cuentas en las legislativas del mes de junio con un objetivo: imponerle la cohabitación.
Así que avanzan las opciones euroescépticas en Francia, sin duda, pero de nuevo sin posibilidades de hacer encallar el proyecto europeo, como ocurriría con Le Pen en el Palacio del Elíseo. Ahora bien, la lectura de los resultados de la primera vuelta, sumados a los de Hungría y a las expectativas electorales en países como Italia (con el partido de Meloni en segundo lugar de los sondeos) deben mover a la reflexión en Bruselas.
¿Cuáles son las causas del avance de partidos no europeístas más allá de las coyunturas nacionales de cada Estado miembro de la Unión?
¿Cómo es posible que opciones como poco tibias sobre la Rusia de Putin obtengan estos resultados en medio de la brutal invasión de Ucrania?
Preguntas que necesitan una respuesta profunda y articulada y que probablemente nos lleven en buena medida a la economía y las consecuencias sociales de una crisis que dura ya desde 2008 en diferentes estadios: la Gran Depresión, la pandemia, ahora la guerra…
Pero preguntas que no demandan una respuesta a la defensiva, sino al contrario, porque si algo demuestran la crisis y las amenazas globales es que hace más falta más y mejor Europa, una Unión con más competencias y recursos centrada en consolidar y desarrollar el modelo social que nos caracteriza, en el que el bienestar y la inclusión no son opciones, sino prioridades absolutas. Es decir, como hemos hecho ante el Covid-19 con instrumentos como el NextGenerationEU, por ejemplo.
Por eso, si Macron es reelegido, con Scholz en la cancillería y una gran mayoría de gobiernos nítidamente europeístas, habrá que avanzar en la profundización política europea con determinación hacia una Europa cada vez más federal y capaz de garantizar su autonomía estratégica en todos los niveles, desde la energía hasta la seguridad, de la salud a los recursos al servicio de una política económica para el crecimiento sostenible.
Lo contrario sería conceder éxitos a quienes querrían que la UE se pare y no fuera capaz de mirar más allá del miedo al futuro.
Carlos Carnero, Senior Advisor en Vinces