Avanzar hacia un mundo compartido: nuestro reto como europeos en el año de la Presidencia española

«El año de la quinta Presidencia española del Consejo de la UE, que llega en un momento clave política y económicamente, debería servirnos como europeos para seguir resolviendo las causas de fondo de nuestras debilidades y amenazas, con una visión de medio y largo plazo, definiendo respuestas compartidas con nuestros innumerables socios»

 Carlos Carnero | Senior Advisor

Es complicado hacer un balance político global de lo ocurrido en el mundo y en Europa ciñéndose al año que termina, porque los acontecimientos parecen no tener solución de continuidad desde marzo de 2020, cuando estalló la pandemia de Covid-19. Los hechos y su interpretación se convierten así en los eslabones de una cadena de la que se conoce el principio, pero difícilmente se puede aventurar y menos aún prever el final.

No somos sujetos -víctimas, dirían muchos a la vista de lo ocurrido- de una maldición de la que es imposible escapar y ante la que conviene ponerse al pairo. Al contrario, lo que estamos viviendo son en buena medida las consecuencias de unas causas que conviene identificar para acertar en la respuesta. Centrémonos en tres asuntos.

Primero, el virus: está claro que hemos pagado con creces la inexistencia de un gobierno mundial capaz no solo de advertir, sino de proponer y adoptar decisiones para frenar esta o cualquier otra pandemia. La ineficacia de responder en términos puramente nacionales a un fenómeno que no se para en las fronteras nos llevaría a concluir la necesidad fortalecer las competencias de instancias como la Organización Mundial de la Salud o considerar que el concepto de “salud global” debe convertirse en mucho más que un buen deseo. La terrible cara del subdesarrollo reaparece en un mundo en el que la parte más rica disfruta de sistemas de salud y capacidades de vacunación inalcanzables para el resto de la humanidad. Pero, frente a esa realidad, la UE ha sabido, con rapidez y eficacia extraordinarias, superar su falta de recursos y su carencia de competencias para defenderse del Covid-19, dotándose de unos instrumentos y construyendo una experiencia compartida que será vital en futuras crisis. Le queda camino para ser una Unión Europea de la Salud, pero la construcción de ese edificio ha comenzado.

Segundo, la guerra en Ucrania: más allá de la incuestionable responsabilidad del presidente de la Federación Rusa en su estallido, continuidad y virulencia al invadir un estado soberano violando toda legalidad internacional, es evidente que hemos sido tributarios de situaciones que, de no afrontarse, podrán volver a pasar factura en cualquier lugar y momento. Citemos dos de ellas: la inexistencia de un verdadero sistema europeo de seguridad compartida del Atlántico a los Urales con instancias, procedimientos y normas  orientado a prevenir conflictos o gestionarlos si estallan; y la sangrante persistencia de la división del mundo en dos mitades, una central y otra periférica respecto al poder y la riqueza, factor clave que ha estado en la base de que, a la hora de entender un conflicto con consecuencias universales como el que tiene lugar en Ucrania, el Norte (u Occidente), por un lado, y una parte relevante (especialmente en número de habitantes) del Sur, por otro, hayan caminado en dirección divergente desde el 24 de febrero hasta la fecha. De lo que se deduce la imperiosa necesidad de construir una nueva visión global compartida -otra vez la palabra- del presente y del futuro del Planeta, sin que nadie quede varado en concepciones provenientes del pasado, sea para soñar con una nueva época hegemónica de las potencias o para refugiarse en una permanente recriminación de las negativas consecuencias del colonialismo, obviando las responsabilidades propias en el subdesarrollo.

También aquí la UE ha respondido con firmeza al desafío de la invasión y la guerra con un amplio abanico de firmes y prontas decisiones. Pero debe ser capaz no solo de fortalecer su seguridad y autonomía estratégica en defensa, sino de liderar la puesta en marcha de una seguridad europea y global, promoviendo la democracia y defendiendo los derechos humanos con tanta claridad como inteligencia, fomentando la superación del desarrollo desigual, privilegiando la cooperación entre estados y la prevención, la solución negociada de conflictos y el mantenimiento de la paz, que han sido y deben ser sus principales perfiles reconocidos.

Tercero: el retorno este año a una cierta respuesta monetarista a la crisis económica en su etapa derivada de la guerra en Ucrania, un tanto contradictoria con la política keynesiana aplicada en la fase provocada por la pandemia, se hace evidente que, contrariamente a lo que podía pensarse, todavía no hemos sido capaces de superar ni el “consenso de Washington” ni la austeridad estricta aplicada en la crisis iniciada en 2008. Cuando habíamos conseguido recuperar el crecimiento y el empleo perdido a toda velocidad por el Covid, el empeño de los bancos centrales por combatir la inflación como si esta fuera de demanda, con subidas continuadas de los tipos de interés, puede llevarnos a la recesión o, en el mejor de los casos, al estancamiento. En ese marco, la UE tiene en marcha un extraordinario plan de inversiones (NextGenerationEU), en suspenso y necesaria reforma el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (con sus nunca fundamentadas reglas del 3 % déficit o el 60 % de deuda) y muchas directivas y reglamentos -por ejemplo, en la lucha contra el cambio climático- que representan una planificación democrática de la economía y, al mismo tiempo, un Banco Central Europeo que ha dado señales en diciembre de una inflexibilidad incluso mayor que la Reserva Federal de los Estados Unidos. La construcción de una respuesta económica equilibrada y global a las crisis que se aleje del paradigma neoclásico sin caer en una ineficiente laxitud en las cuentas públicas debería ir de la mano de la culminación (no de un día para otro, pero sin pausa) de la unión económica y monetaria, con la creación de un tesoro europeo y, sobre esas bases, la permanencia del Fondo de Recuperación como mecanismo anticíclico anclado en el Tratado comunitario.

Así que 2023, el año de la quinta Presidencia española del Consejo de la UE, que llega en un momento clave política y económicamente, debería servirnos como europeos para seguir resolviendo las causas de fondo de nuestras debilidades y amenazas, con una visión de medio y largo plazo, definiendo respuestas compartidas (por tercera vez aparece esta la palabra en este artículo) con nuestros innumerables socios, desde los Estados Unidos a Sudáfrica, desde la India a Noruega.

Pero, ante todo, el año que comienza tiene que ser el de una paz justa en Ucrania.

Carlos Carnero,

Senior Advisor en Vinces

 

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